La Verdad en una Nueva Era

Si la humanidad actual puede estar de acuerdo en algo es en la necesidad de educación para sus individuos si se desea “un mundo mejor”. Los procesos, modelos, o instituciones educativas, han evolucionado en la historia reciente más empujados por las necesidades de los tiempos que por primero un consenso de visiones y enfoques. Un enfoque integral requiere consenso suficiente sobre lo que un ser humano es, y si este ha de servir a la sociedad o la sociedad al desarrollo del individuo; ello es lo que no está del todo claro en la presente civilización y que entra aparentemente en conflicto cuando un nuevo modelo se desea implementar. La base del desarrollo civilizatorio que la iniciativa Ambra desea mostrar, ha de estar cimentado ineludiblemente por su sistema educativo: la “externalización”, es decir, lograr la manifestación, de la posibilidad que existe dentro de cada individuo.

Hay que partir de un hecho para el desarrollo de este punto, y que se debe aceptar a plenitud: la educación surge de una cosmovisión, es decir de una “religión verdadera” originante, cuyo calificativo de verdadera radica en su naturaleza profundamente intelectual. Todo periodo de progreso, desarrollo y paz ha surgido por esta correcta intelectualidad, es decir, por la capacidad de observar el entorno y unificarlo en un entendimiento de sus interrelaciones, o más bien reunificarlo en el entendimiento del que observa, como el mismo significado de la palabra religión indica, pues la realidad ya está unida per se y esto demostrado por su propia existencia. Una civilización se desvanece cuando esta cosmovisión o religión decae del sano idealismo a mera devoción, es entonces cuando el intelecto deja de estar abierto a recibir la realidad y se cristaliza en interpretaciones pobres, o sea, se forma una ilusión que obstruye el proceso educativo del que originalmente esta cosmovisión fue motor. El último ejemplo de este hecho y que deriva en nuestra época global actual predominante, es el desarrollo harmonioso de las comunidades de la era medieval en Europa, una época de prosperidad material derivado de una renovación espiritual y origen de las universidades modernas. Al igual que en otros periodos o civilizaciones del pasado, este modelo medieval se agotó cuando la religión cristiana comenzó a decaer en simple devoción, dejando paulatinamente al mundo en su actual crisis entre un importante avance científico y su empobrecimiento en valores éticos y de convivencia.

Para que este artículo sea de provecho para el sincero interesado en incorporarse al equipo que desarrolla este punto número cinco de Ambra, sobre el objetivo de la educación, nos es obligatorio mencionar el principal logro de la cosmovisión del periodo medieval. Los grandes sacerdotes estudiosos, comprendieron que el objetivo de educar no era el proveer de conceptos sino habilitar a los estudiantes como auténticos buscadores de la verdad ante la ignorancia. Por necesidad de entender sus propios textos dejados por anónimos eruditos, retomaron obras de pensadores reconocidos del pasado y con su ayuda muchos lograron entender el concepto de “Cristo” como el aspecto “Sabiduría del Creador”, la expresión de Su Propósito, su aspecto “Vida”, el “verbo” o vibración que sostiene el conjunto de la realidad creada, el “hijo unigénito” de un logos y que por tanto sale de su más profunda intimidad, el único Maestro, el que da testimonio de la verdad y a la que se llega por el uso correcto de la razón más no de las racionalizaciones, esto es, por un esfuerzo primero en lógicamente entender la realidad por parte del observador, sin prejuicio o reacción de autoconservación, lograr “que Cristo llegue a su plenitud en él” y la Verdad se revele por “gracia de Dios.” Diciendo lo mismo con otras terminologías, podría verse que son los mismos principios que desde Zoroastro se han querido establecer en la humanidad.

Un desarrollo del entendimiento anterior claramente podría discernir así entre tres niveles que componen la expresión de un ser humano en secuencia: 1) una parte automática, que reacciona, instintiva y llena de una sabiduría previa ya conseguida, 2) otra parte que es capaz de analizar la realidad para entenderla sobre la parte de reacción automática, un intelecto, y 3) una parte que recibe la “revelación” de una verdad, final del proceso. De estos tres elementos, más o menos conscientemente entendidos por los sacerdotes medievales, se hacen evidentes a grandes rasgos las necesidades y secuencia de un proceso educativo, entre ellos, que la educación debe iniciar desde los primeros años del niño, que las pasiones automáticas se pueden y deben controlar para pasar a la posibilidad de razonar, para que la verdad pueda ser detectada por el propio individuo y ésta, al ser evidentemente independiente de ambiciones personales, instaure un reino de amor y justicia como consecuencia. “La palabra de Cristo” puesta en práctica entonces se puede lograr. La no práctica de este proceso en secuencia gestaría lo opuesto, “un diablo”—aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero sin serlo— con sus consecuencias. Entonces la palabra ascesis retoma su significado original y sano, que no es otro que entrenamiento.

La secuencia de tres puntos descrita es nuestro gran esqueleto y directiva para diseñar la integralidad de un sistema educativo, que empieza por la disciplina, higiene y alimentación apropiada que se debe instruir a todo niño como paso fundamental, así como el direccionamiento vocacional adecuado de los individuos hacia áreas donde desarrollen su potencial dependiendo de su camino de menor resistencia y en libertad.

Una educación que lleve con eficiencia a un ser humano al esplendor de lo que ya brilla en su interior, donde dejemos atrás la disyuntiva entre la técnica o la ética, entre la productividad o el desarrollo social y comunitario, o entre un énfasis a la teoría o a la resolución de problemas.]

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