El nombre clásico para referirse al ámbar, la resina vegetal fósil de color dorado, era electrum, del griego elektor, sol radiante, y tron que denota que está incorporado en el propio instrumento, es decir, inmanente. Elektron → la fuerza de Dios que fluye inmanente en el ser humano.
[en forma de un mito se preserva la verdad trascendente de la tragedia humana: El hijo del Sol, Phaethon, seguro de su naturaleza divina, pide a su padre le permita dirigir su carroza por un día para demostrarle a otros que posee en sí mismo la naturaleza de su creador. Se le advierte que no es tarea fácil, pero él insiste con la arrogancia de creer que está listo para dirigir los caballos de fuego que dan impulso al vehículo. Con Phaethon al mando, los caballos sienten que la carroza está vacía ante la falta del peso del Sol y salen de control. El paso por el cielo de Phaethon con la carroza sin rumbo, amenazando con arrasar por completo la tierra, no deja más opción que derribarlo con un rayo. Sus hermanas, hijas del agua y el sol como él, que sin permiso de lo Superior uncieron los caballos, lloran su muerte. Son convertidas en álamos y sus lágrimas en ámbar, testimonio del siempre presente intrínseco poder del Sol.]